En 1955 un tipo exquisito, con modales importados de Harvard, se instala en España a bordo de unas hechuras de flaco que se había untado de mundanidad lanzando cabos de Manila a Nueva York. Fernando Zóbel (1924-1984) era el alevín de una de las familias más influyentes de Filipinas. La vida le había impulsado al arte. Y él, dentro de todos los naipes de la baraja, hizo nido en la abstracción. También coleccionaba. En España, por esos años, coincidió con un grupo de artistas jóvenes que aprovechaban los complejos del franquismo para hacerse el sitio: Antonio Saura, Gustavo Torner, Martín Chirino, Manuel Millares, Manuel Rivera, Manuel Mompó, Luis Feito, Gerardo Rueda, Lucio Muñoz, Rafael Canogar, Antoni Tàpies, Pablo Serrano, Eusebio Sempere, Manuel Viola… Eran el germen del informalismo español, el relevo inminente, la audacia, la búsqueda y el visado de la dictadura para darse un agua de modernidad (que no era tal).
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