El legado Juana Francés en Alicante

Juana Francés es, sin duda, una de las artistas más interesantes del panorama artístico español de la segunda mitad del siglo. Había muy pocas mujeres en primera línea de vanguardia pero ella siempre estuvo allí, atenta a las preocupaciones plásticas de una generación espléndida de artistas que revolucionaron el arte, impulsados por una situación política, social y cultural coercitiva.

Sin embargo, su personalidad y su obra han estado siempre eclipsadas a la sombra del que fue su compañero sentimental Pablo Serrano. También es casi una desconocida para el público alicantino. Nació en esta ciudad en 1924, vivió aquí su primera infancia, mantuvo grandes amistades, pasó largos periodos vacacionales y realizó alguna importante exposición, pero Alicante ni la reconoce, ni le ha rendido el homenaje que merece.

Juana Francés realizó, a imagen y semejanza de Eusebio Sempere, un acto de donación generoso con la ciudad. A su muerte, sucedida en 1990, decidió que el volumen total de su obra fuera a engrosar los fondos patrimoniales de cuatro ciudades españolas con las que había mantenido relaciones sentimentales de diversa índole: Zaragoza, Madrid, Valencia y Alicante. Así fue y hoy, el Legado Juana Francés forma parte de los fondos del Museo de Arte Contemporáneo de Alicante para disfrute de todos.

El conjunto de obras donadas a la ciudad de Alicante está compuesto por 134 piezas que permiten recorrer la evolución de la artista desde sus comienzos hasta sus obras finales y pone de manifiesto, a modo de antología, una vasta y fructífera trayectoria: Juana trabajó incansablemente durante cuarenta años, sin apenas descanso o relajación. Su vida personal, y como espejo su vida artística, estuvo participada de una actitud de búsqueda incesante, y aunque algunos de sus hallazgos plásticos fueron muy especiales, nunca dejó de experimentar. Tanto es así, que si bien en algunos artistas se puede definir su arte de forma unitaria plenamente reconocible en una sola dirección plástica, en Juana distinguimos cuatro etapas bien diferenciadas que van ajustándose de modo consecuente, al discurrir de su vida personal y al transcurrir de los tiempos.

De todas ellas se guardan espléndidos ejemplos en este Legado Juana Francés. Y ese es precisamente uno de los valores intrínsecos de este conjunto, no sólo la posibilidad del disfrute de cada obra en si misma, sino la posibilidad de estudiar todas las preocupaciones estéticas y vitales de una artista excepcional.

La pintura de Juana siempre desprende un rumor insistente: un profundo desasosiego, una angustia que aflora en todas sus obras, desde las más tempranas de su época de formación, todavía figurativas, hasta sus obras plenamente informalistas, desde sus famosas cajas negras hasta sus últimas obras en las que el color conquista el papel. Ya sea por el tema, por la composición, por el gesto, por la materia o por el color, la pintura de Juana está envuelta en una atmósfera irrespirable. No son obras alegres o fáciles las suyas, sino duras, complejas, comprometidas y asfixiantes…

Se matricula en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid junto a los que serán sus compañeros de generación en los primeros años 50. En sus primeras obras, Juana extiende el óleo sobre el lienzo con una espátula y consigue así colores planos, con ciertas reminiscencias de la pintura mural, que aplica a una serie de temas recurrentes: bodegones, figuras humanas y maternidades; temas siempre dotados de un gran hieratismo, frontalidad y volumen. Las figuras son tratadas con cierto aire clásico, casi renacentista a la manera italiana. Los empastes muy gruesos y la composición geométrica. Los hombres y las mujeres representados adquieren una gran prestancia apoderándose de todo el espacio pero emergen de una gran tristeza, de una infinita soledad. Son figuras silenciosas, paralizadas, misteriosas, eternamente quietas a modo de estatuas…

A partir de 1956, Juana abandona el empleo del óleo, se desliga de cualquier vínculo con la figuración y se adentra en el empleo de la materia. Se aventura en una de sus etapas más fructíferas: el informalismo matérico. Al látex y a los pigmentos se unen arenas de distintos grosores que aportan al lienzo, la textura deseada. Inspiradas en los paisajes de las colinas y las tierras calcinadas del medio levantino del sur, Juana crea composiciones dinámicas, abiertas y expandidas donde el fondo está trabajado con sumo cuidado. Pero encima, unos grafismos impetuosos, rápidos y gestuales riegan la superficie texturada. Colores de la tierra, negros, grises y destellos de un blanco a la manera de Zurbarán… Son las obras que identifican la estética del informalismo y que unen a Juana Francés con el Grupo “El Paso”.

Poco a poco, hacia principios de la década de los años 60, Juana incorpora en sus lienzos algo más que arenas: pequeños trocitos de materia. Fragmentos recogidos entre los desechos de la construcción, ladrillos rotos, trocitos de madera, conchas, piedras, vidrios… que se diluyen en el conjunto de la composición, perdiendo su identidad. Se trata de obras experimentales, de carácter dadaísta, donde se sublima el azar del encuentro entre elementos. A medida que transcurren los años, la materia, perfectamente “cocinada” se transforma y la composición adquiere cierto carácter figurativo: unos grandes rostros emergen amenazadores ocupando la totalidad del lienzo. Son el presagio de su siguiente etapa.

Juana Francés es reconocible gracias a las piezas desarrolladas en los años 70. Cambia de registro de nuevo, olvida la textura y acomete la representación de figuras humanas, esta vez realizadas a base de artilugios y materiales mecánicos: tornillos, tuercas, ruedas, cables, piezas de relojería, teléfonos, bujías, enchufes…. Elementos dispares que, ensamblados, ofrecen la apariencia de un humanoide tecnológico atrapado por un progreso que lo destruye. Son los “antropoides homínidos”, “robots” o “rotópedos”. Juana inventa una serie de extraños personajes a los que encierra en sus cajas negras víctimas de la soledad y de la incomunicación. Aquí sí son importantes los títulos, y con ellos denuncia de forma crítica e irónica, la alienación del ser humano: “Los ejecutivos”, “Situación coyuntural de la coyuntura”, “Jefe Contable”, “Todo dentro de un orden”…

En los años 80, la artista parece desprenderse de ese cierto sentido de la tragedia que anima su creación y se atreve a plasmar, esta vez mediante el empleo de la técnica de la acuarela y sobre papeles, un nuevo conjunto de obras en los que resplandece como nunca el color: los verdes, amarillos, naranjas o azules. Ya no hay materia, apenas colores diluidos, pero ha cobrado importancia la forma: elementos circulares, elípticos o rectangulares se disponen conformando los llamados “Fondos Submarinos” o las “Cometas”. Una factura libre y desenvuelta nos muestra a la artista más musical. El color proporciona la intensidad tonal y son importantes las secuencias, los ritmos de la composición; hay incluso cierta sensación de movimiento, de velocidad, de fugacidad… Juana estaba sumida en estas pinturas cuando le sobrevino la muerte; una muerte anunciada desde la pérdida de Pablo Serrano de la que no se repuso nunca.

Juana nos dice que «sentía la ineludible necesidad de pintar, de luchar con el lienzo hasta poder volcar en él algo de lo que en ella existía«. Y en ella existe como en ningún artista la tensión emocional de toda una época que implanta una nueva manera de entender el arte.

Lo mejor, que nos dejó disfrutarlo para siempre.

Castells González, Rosa Mª

«El Legado Juana Francés en Alicante»Texto en Revista El SALT editada por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, Diputación Provincial, Alicante, 2007, nº 13, pp. 46-49.